19 de abril de 2009

Ecuación de un tiempo con una incógnita.


El caracter nómade que el destino le imprimió a aquellos días me ubicó en un tiempo y lugar que, por la alineación elíptica de mis neuronas, rescato hoy de mis recuerdos.

Los primeros habitantes del lugar le impusieron a las calles orientadas de norte a sur el nombre de próceres, y a las que las cruzaban le asignaron el nombre de las Provincias. La avenida más céntrica acompañaba solidariamente el tiránico trazado de las vías ferroviarias que dividían la traza urbana. Unas pocas calles habían logrado quebrar aquella voluntad discriminadora, por ellas los habitantes a uno y otro lado de "las vías" traficaban bienes y sentimientos. El despotismo de las paralelas metálicas no pudo quebrantar la voluntad de integración de los nativos quienes construyeron un túnel que, subterráneamente, debilitó la trama secesionista del tren. Así quedaron conectados dos íconos del lugar: el Cine Alhambra y el Bar Americano. A unos pocos pasos, del lado oeste, la Catedral, el Colegio Nacional y las chicas de Las Franciscanas con sus austeros uniformes azules. Del lado opuesto prosperaba el centro comercial: Casa Cabezón, Grandes Tiendas Baravalle y Casa Aduriz Tienda Los Vascos.

Colores nuevos expresaban la rebeldía de aquellos años. En una extraña mixtura de tendencias hippies con alta costura europea abandonamos para siempre la uniformidad de blanco o celeste debajo de nuestras corbatas domingueras. Aquellas camisas estridentes, exageradamente entalladas y con cuellos desproporcionados, fueron testigos de las infinitas vueltas al circuito céntrico repasando las mismas caras y las mismas ofertas, "la vuelta'l perro" en el argot local. Con algún excedente monetario se hacía una escala reparadora en el Copetín al paso o La Madrileña.

Algunos memoriosos decían haber conversado con un ex-gobernador, disfrutando el fresco de la noche con una silla en la vereda al lado de la panadería Independencia. Otros relataban que en el vecino feudo de Posta de Ferreyra, del que los separaba un río, una inundación frustró un proyecto de establecer allí la Capital Federal. Menos creíble era la versión del bohemio que mientras creaba esculturas en papel maché en una esquina céntrica, afirmaba que detrás del club San Lorenzo estaba el portal hacia el centro de la tierra.

Un aluvión de recuerdos inconexos y sentimientos encontrados atropellan mi inspiración. La mejor realidad de aquel tiempo y lugar fue mi juventud, me aferro a ella y dejo pasar otros detalles: no recuerdo el nombre del lugar ni el tiempo al que me he referido. ¿Alguien lo conoce?