23 de diciembre de 2017

Navidad, recetas y libros

Mi esposa sintonizó un canal de cocina este mediodía, no soy indiferente a las recetas y la acompañé, preparaban unas galletas de Navidad con jengibre. La memoria me trasladó de inmediato a un libro que hube leído siendo niño: El hombrecito de pan de jengribre.
Eran tiempos de escuela primaria, 1961, cuando lo recibí como premio al finalizar el año escolar en la Escuela Dr. José Bianco de Villa María, después recibí otros todos los cuales atesoro en mi biblioteca personal, que necesita más estantes.
En aquellos años el paradigma educativo era la excelencia y nuestras maestras lo aplicaban. Los modestos premios que nuestro segundo hogar nos otorgaba por buenos promedios o asistencia perfecta no podían valorarse materialmente. Su intención era motivarnos a leer, aún durante el período vacacional.
La premisa cayó, en mi caso, en territorio fértil. No pedía compensaciones por buenas notas sino que mis padres pagaran la cuota de la Biblioteca Rivadavia o de la Mariano Moreno en su antigua ubicación. Con escasos nueve años salía de estos ámbitos los viernes a la tarde con un par de ejemplares que, rigurosamente, serían devueltos el lunes después de un fin de semana de lectura. Recuerdo la peor penitencia que mis padres me impusieron por alguna travesura infantil: una semana sin leer.
Son solo recuerdos que atravesaron mi memoria por una simple receta de Navidad en TV.

5 de mayo de 2017

Entre pizzas y arte

Con ambas manos trato de despejar la niebla que la memoria me oculta de los primeros años '70. Eran tiempos de bohemia y el arte era mi obsesión. Después de varias caminatas deseando helados de Heladería Sopelsa descubrí el Museo Genaro Perez. Me sorprendió su estilo y su arquitectura apretada entre edificios, no dudé en entrar y recorrí sus escaleras crujientes buscando arte que coincidiera con mi búsqueda. No recuerdo si lo encontré. Desandando escalones con zapatos con plataforma volví a la primera calle de la Av. Gral. Paz. Atardecía y el almuerzo en el Comedor Universitario ya no daba saciedad. Casi un paso a la derecha estaba la Pizzería Roma, los vidrios templados no contenían el aroma de sus hornos. Su oferta era estrecha y con un entrepiso que contenía pocas mesas. Hurgué mis bolsillos buscando las últimas monedas y me decidí a una porción de muzarella a costa de volver caminando al altillo cerca del San Jerónimo. Con una servilleta desde la vereda disfruté su sabor contemplando los libros que Librería Morena ofrecía y no podría comprar.

16 de marzo de 2017

No es solo bruma

Debo a la conjunción de un mediodía con neblina caminando el Coniferal con rumbo al Comedor Universitario mi pasión por la lluvia.
Comencé el relato de este modo porque no puedo olvidar el inicio de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Era demasiado joven y vulnerable a la bohemia de fines de los '60. En aquel tiempo no dudaba en alternar poesía con esoterismo. Los estantes aún permanecen llenos de verdades y mentiras, y en rigor de verdad algunos libros quizás no los he leído y la intención inicial se ha dispersado.
Decía que cada mediodía de aquel tiempo universitario caminaba en la búsqueda de un almuerzo barato con algún compañero de departamento hacia la Ciudad Universitaria. Y lo lograba. Luego desandaba el largo trecho con la satisfacción de una comida caliente para dedicar la tarde al estudio y la preparación para el trabajo nocturno en ENTel.
La bruma y la llovizna sobre aquellos árboles no pude olvidarla tan facilmente como a algunos libros, me persigue y obliga a caminar cuando llueve. Amo la lluvia mansa y la neblina que me obliga a adivinar siluetas entre los árboles conocidos, quizás deseo ser parte de esa humedad que acaricia los bosques.