15 de enero de 2009

Acerca de los mundos olvidados

La pequeña ventana acotaba el paso de las gotas que insistían en darnos su estocada en esa tarde de lluvia. Las horas posteriores al mediodía fueron una auténtica canícula. Después, las inmensas nubes blancas trajeron el frescor tan deseado.

El altillo, que era mi morada, tenía orientación al oeste. Desde allí se había formado la tormenta y, según los viejos conocedores del clima de Córdoba, estas son las más violentas. El viento, afortunadamente, nos favorecía y la única ventilación de la pieza permanecía abierta. La cuota visual que la estrecha abertura nos permitía disfrutar, dibujaba en el horizonte cercano los cipreses del cementerio San Jerónimo, y detrás de ellos las siluetas que los relámpagos delineaban entre las nubes del meteoro.

Infructuosamente habíamos intentado resolver una ecuación con tres incógnitas para la evaluación del día siguiente. Ya casi derrotados, mi amigo miraba absorto el escaso paisaje de goteras mientras yo permanecía recostado en la cama de respaldos de hierro con terminaciones de bronce.

Sin orden ni método, varios libros estaban diseminados por la pieza. En uno de ellos Borges inició un cuento relatando en primera persona: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar.". Luego se adentraba en la búsqueda de mundos olvidados junto a su compañero de aventuras intelectuales.

La luz natural era escasa. La pieza nos ofrecía una fresca penunbra apropiada para que nuestra fertil imaginación, influenciada por la literatura esotérica de moda a fines de los '60, considerara esa tarde como cargada de presagios. El destello, previo a un trueno, iluminó el espejo de un viejo ropero que devolvió la imagen inversa de los libros apilados sobre la mesa de noche. Sólo pude descifrar una palabra escrita en marrón sobre cepia: ARBEGLA. Sería este otro de los reinos perdidos que el escritor buscaba?

Interrumpí el sopor hipnótico de mi acompañante, increpándolo a buscar en mis libros alguna referencia sobre la palabra revelada. Un volumen tras otro pasaron por nuestras manos. Lobsang Rampa se hacía un agujero en la frente pero no podía ver aquel lugar. Louis Pauwels y Jacques Bergier, un poco más románticos, remitían el origen del nacional-socialismo a Ultima Thule. George Ivanovich Gurdjieff recopilaba, para el nieto de Belcebú, algunas anécdotas sobre Georgia. Nietzsche no aportaba pistas acerca de la ubicación de la hermita. Por intuición descartamos barrio Marechal.

La tarde se acercaba a su fin y el cielo prometía una noche sin estrellas. El ocaso aumentó la decepción por el fracaso con las ecuaciones y por un nuevo revés a nuestra búsqueda espiritual. Abocados a recuperar el orden en aquel caos de libros abiertos, recibimos una nueva bofetada a nuestra autoestima. El libro inspirador de aquella febril búsqueda, ahora desde mis propias manos, nos ofrecía en su lomo ajado el implacable título leído sin interferencias: ALGEBRA.

La desilución devino en resignación al comprender la verdad de fondo. Borges habitaba una quinta de la calle Gaona en Ramos Mejía y su allegado era Bioy Casares. Nosotros estábamos en un cubículo en el alto de la casa de Humberto 1° y mi socio de infortunio era conocido como 'pezón izquierdo' (el primero que se chupa). El verdulero del barrio, desde su filosofía vegetal, resumió adecuadamente aquel bochorno sentenciando -No son los mismos laureles.