13 de diciembre de 2010

Santa Lucía de Siracusa


Desde tiempos inmemorables se ha tenido a Santa Lucía como patrona de Ciegos y abogada de problemas de la vista. Sus devotos como agradecimiento de curaciones le ofrecen como exvoto ojos de oro o plata. Las iglesias católica, ortodoxa y luteranas escandinavas celebran su fiesta el día 13 de diciembre.

Desde este año me cuenta como ferviente devoto.

Nota: Un exvoto es una ofrenda que los gentiles hacían a sus santos. Estas ofrendas se depositaban en santuarios o lugares de culto.

24 de octubre de 2010

Azul sobre marrón.

Las responsabilidades de la infancia estaban claramente establecidas. Salía de la cama sin holgazanear, hacía pis en la pelela y me lavaba la cara en un fuentón enlozado, en la misma pieza cuando el frío era intenso. Ya con los pantalones cortos calzados, salía al patio para llegar al baño a lavarme las orejas y peinarme antes de desayunar en la cocina con el acogedor calor del hogar a leña.
Un tazón blanco sin manija, colmado de leche con un ligero toque de café Bonafide que había pasado por el filtro de tela, era la primera comida del día acompañado por pan calentado sobre el fuego de maderas. Manteca, mermelada y salame estaban
disponibles para adquirir las calorías necesarias para la intensa mañana en el colegio.
Con guardapolvos blanco almidonado y las rodillas heladas llegaba a tiempo al horario de clases después de caminar unas pocas cuadras, cambiando saludos con los "motorman" y los pasajeros conocidos.
Cumplida la obligación escolar volvía a casa, a mitad del almuerzo de mis padres. Con los últimos bocados aún en el plato, mi madre ya había lavado los trastos y mi padre los había secado antes de retirarse a la reparadora siesta. Quedaba por delante el esperado tiempo del esparcimiento,
Una pelota hecha de trapos en desuso y forrada en una vieja media, terminada en un rústico nudo, era el juguete para "chutear" en el baldío cercano. En tiempos más cálidos llegaba hasta el Puente Tablada con otros pibes del barrio. En un hermoso espacio plano a orillas del río se dibujaba una cancha de fútbol rodeada de sauces. Los arcos estaban marcados por tres piedras apiladas y parte del campo estaba debajo del puente.
Las corridas detrás de la pelota de trapo acompañaban o iban en contra del lento transcurrir de las barrosas aguas del río de llanura. El color del flujo y las ocres toscas del lugar constrastaban con las historias leídas de héroes surcando aguas
celestes con verdes palmeras y rocas con destellos de plata, pero era el mejor lugar del mundo hasta que llegaba la hora de la leche y de hacer "los deberes" antes de cenar.
Cada vereda caminada tenía una puerta abierta detrás de la cual había una persona que nos conocía, nos cuidaba y nos permitía ver "la tele" desde la ventana.
Los calendarios me permitieron conocer otras aguas, otras piedras y otras ventanas, pero ninguna pudo borrar aquellos recuerdos grises y ocres de la infancia.

7 de agosto de 2010

Por la dignidad del trabajo.

Colgado en el centro de la habitación, y por encima del respaldo de madera terciada de la cama de mis padres, había un pequeño cuadro de un Santo con espigas de trigo pegadas con cinta 'scotch'.
Muchos años pasaron hasta comprender el significado de aquella ofrenda y devoción. Duras experiencias me llevaron a compartir los peores amaneceres: los lunes de los desocupados.
Que no le falte el trigo a San Cayetano.
Que no existan lunes sin trabajo.

5 de agosto de 2010

Breve biografía de un incapaz.

Daniel vió la luz en un lugar de la provincia de cuyo nombre no quiero acordarme. Su intelecto fue creciendo entre relatos y mentiras hechas verdad de tanto escucharlas de piamonteses meláncolicos. Sus pequeños ojos, hundidos bajo pardas pestañas, ansiaban otros horizontes más allá de la altura del trigo.


Ya en la Capital hizo realidad sus sueños literarios. En un garage donde se vendían libros usados adquirió una ajada edición de bolsillo de los cuentos de Julio Verne con las que terminó de formar su personalidad.


Poco después, despilfarrando prestigio, dignidad y nepotismo, consiguió superar a Phileas Fogg. En 15 días viajó de ida y vuelta a las antípodas en busca de los arcanos del subsuelo y visitó los cielos boreales tratando de descubrir la mitológica Inviron.

Tiempo más tarde, mientras sufría la deshonra de que le fueran arrancadas las jinetas y botones de su uniforme de soldado, se le escuchó decir en hiséricos falsetes: "a ver, a ver".

28 de julio de 2010

Memorias de bicicleta.

Poco tiempo atrás adquirí una bicicleta. No fue para mostrarme snob ni adolescente tardío, simplemente seguí el consejo médico como solución al sedentarismo y los calendarios.
El primer problema a superar fue el presupuestario. Nunca hube imaginado la variación de precios entre la infinidad de modelos y accesorios ofrecidos. El segundo fue el aprendizaje de la operación de dos pequeñas manijas que realizan la combinación entre multiples coronas y piñones que optimizan la marcha.
Ya con la máquina en casa no pude sustraerme a los recuerdos, una pequeña bicicleta con tutores marcó mi inicio sobre ruedas. Una rodado 20 me acompañó hasta el comienzo de la adolescencia y fue la fiel compañera de todas las travesuras de la infancia. Luego una de media carrera, del rodado 28, acompañó los días de la pubertad. Todas de segunda mano.
Antes de usar los pantalones largos, ya había pedaleado sobre cada adoquín de Alberdi, cada calle del Barrio Marechal y los recodos del cementerio. Descubrí las "casas lindas" de Alto Alberdi y me sorprendí con la usina del otro lado del río.
Los sábados eran días de aventura. Con tres o cuatro amigos, con el tiempo de la mañana, sin el permiso de mis padres y con una bolsa tejida en hilos de plástico colgando del manubrio con una botella de agua y algunos caramelos, me disponía con esa compañía a descubrir la Córdoba oculta e inaccesible de fines de la primaria.
En una ocasión llegué hasta el final de la Avenida Colón, cuando esta parte de la ciudad terminaba en la calle Zípoli, de tierra y apenas dibujada sobre el descampado. Por instinto giré a mi derecha, para aprovechar el declive hacia el río. Al final de la corta carrera el curso de agua me detuvo para mostrarme la estrecha pasarela que acortaba distancias entre sus márgenes y la represa que embalsaba las tranquilas aguas del Suquía en aquel lugar. Del otro lado bellas casonas miraban el transcurrir del agua y sus habitantes disfrutaban del pequeño lago. La calle que acompañaba el devenir del humedal era casi intransitable pero tenía un nombre romántico: Avenida del panal.
Hoy tengo otra bicicleta que no me sorprende pero alivia cuitas, la pasarela y la represa apenas son visibles, la Avenida Colón se proyecta infinita, las márgenes del río son basurales y la calle simplemente es llamada Costanera.


2 de mayo de 2010

Historieta o historia?

Un mueble, que dividió un ambiente, me otorgó la discutible privacidad de un lugar donde canalizar algunas vocaciones: rayar con carbonilla un lienzo limpio, consumir óleos buscando un color que nunca encontraré o gastar las letras impresas en el teclado del PC tratando de plasmar recuerdos.

Intentaba acentuar la letra "a" con una combinación de teclas "alt" más un número cabalístico pero solo obtenía símbolos con apariencia de pitufos antes que letras de nuestro alfabeto. Decidí recurrir al pozo de sabiduría oculto tras una prolija puerta del trasto donde hace mucho tiempo hube guardado libros, manuales de instrucciones de uso de aparatos que ya no tengo, certificados de garantía de máquinas que no recuerdo haber usado, apuntes anillados por el quiosquero de "acá a la vuelta" y una parte de mi vida.

La batiente cedió gentilmente y dejó escapar el aroma de páginas amarillentas y tapas ajadas por el uso y el tiempo de guarda. En una primera mirada no pude encontrar el lomo que identificaba aquel viejo compendio que me inició en las computadoras personales a mediados de los '80 cuando el barrio natal comenzó a ser nostalgia. Cada ejemplar que bajaba de los estantes demoraba la búsqueda por la obligada retrospectiva que hacía de cada uno de ellos. Clásicos, novelas épicas, relatos de aventuras, ensayos y cuentos se apilaron sobre un escritorio antes colmado de objetos cotidianos.

Una hoja doblada en cuatro pliegues y custodiada por dos tomos de otra temática, detuvo la ansiosa búsqueda. Era una página de una revista de historietas con una historia trunca de principio y fin de Rip Kirby que no pude discernir por cuál razón había guardado. Revisé los atinados diálogos que mantenía con Desmond, su mayordomo, mientras acomodaba su pipa con la mano libre que el manejo de su convertible le permitía. La incógnita persistió pero trasladó mi evocación a las largas siestas de obligado encierro sin otra compañía que la radio a válvulas y las revistas. - A esta hora la gente descansa y no se puede andar chivateando por la calle. Había sentenciado mi madre con su habitual severidad.

Los estantes permanecían quietos pero parecían expulsar páginas abrochadas de viejas revistas leídas con avidez durante la infancia. Como un alud, dibujos y textos encerrados en globos hicieron presentes relatos olvidados:
- Big Ben Bolt, un boxeador retirado joven y devenido en detective.
- Los amores de Julieta, una joven mujer en la ambiguedad de la independencia o el matrimonio.
- El cabo Savino, super héroe de las pampas que tantas veces esquivó el "cortando pecuecho" de los caciques del sur de la provincia de Buenos Aires.
- Cuentos de Almejas, un imaginado pueblo costero con más historias de amor y vivencias que la cantidad de habitantes.
- Mi novia y yo, entretenidos avatares de un escritor en la ciudad.
- El eternauta defendiendo Buenos Aires de la invasión alienígena con escaso
equipamiento.
- Paul Temple, escritor de novelas y detective amateur.
- Mandrake el mago, paladín con novia millonaria, un incondicional asistente negro de nombre Lotario y una imposible mansión llamada Xanadú.

Cuántas incognitas prometieron develarse con la nueva edición de las revistas El Tony, D'Artagnan, Intervalo, y otras en formato económico como El rayo rojo, Misterix, el Agente X9 y el propio Eternauta. En aquellos días la historieta era un género menor, más bien bastardo, hoy es objeto de estudio y culto. Desde la perspectiva actual, el contenido de aquellas narraciones es bastante diferente de la oferta vigente. Una cuidadosa narrativa libre de improperios en personajes que nunca cayeron en violencia inutil y un trasfondo de moraleja en cada aventura dejaron en nosotros, los viejos lectores, la sensación de una sociedad más educada, respetuosa de los valores, los buenos modales y la tolerancia. Y por qué no asumirlo: contribuyeron en nuestra formación.

Hay un capítulo aparte que prometo desarrollar, o desempolvar desde la madeja de neuronas: las revistas a color de las editoriales SEA y ER.

20 de abril de 2010

Nos dejan sin historia

Una antigua puñalada desprolija desgarró la geografía del escaso llano de Córdoba. Los árboles que actualmente la engalanan crecieron esquivando aquel mandoble y obligan a los nativos a sortear las caprichosas formas que adquirieron en atávica defensa. Las piedras que a modo de sutura ciudadana le agregó algún alcalde, son silenciosas testigos de historias tan diversas como las almas que la transitan. El umbrío presta oídos a letanías de travestis, limpia-parabrisas, alumnos del Jerónimo Luis y ocasionales conversaciónes entre amigos.

La noticia de la demolición de la chimenea de la cervecería Córdoba era motivo de mis comentarios. Como amante de cualquier piedra o ladrillo que sea un poco más antigua que mis pisadas, trataba de defender aquel hito del barrio natal. - Vos sos un nostálgico de cosas inservibles que impiden el progreso. Dijo mi contertulio, sentado sobre el calicanto y esquivando el madero de una tipa retorcida para mirarme a los ojos.

Miré las vainillas desteñidas de la angosta vereda tratando de elaborar una respuesta adecuada al desatino urbanistico a costa de la historia que mi compañero proponía. La generosa sombra me recordó los naranjos de las veredas, los altos cordones cunetas de piedras talladas, la simetría de los adoquines interrumpida por rieles de acero, y la bolsa de criollitos calientes de la panadería El Cóndor, cuando caminaba las calles de Alberdi. Sin duda aquellos no hicieron historia. pero han sido parte de mis vivencias, y no quiero perderlas como tampoco deseo que un día desapareciera esta Cañada, entubada y sepultada para beneficiar el tránsito contaminante.

Entonces, después de sincronizar los sentimientos con las ideas, pude contestarle. Le dije que no me oponía al progreso, que respaldaba cualquier modernización que mejore la vida de nuestros cordobeses, que no confundía lo viejo con lo histórico, que aprecio la belleza de las nuevas tendencias, pero que es mi esperanza que los nuevos creadores desplieguen sus obras lejos de la historia de todos y que no consuman los escasos espacios que nos remontan a nuestras raíces. ¡Que nos dejen alguna pared donde encontrar nuestros recuerdos!

14 de marzo de 2010

Por la vuelta!

Delicadas brisas que acompañaban la involuntaria prisión del arroyo La Cañada, mantenían ecos aferrados a cada piedra del calicanto. El Suquía con más libertad, pero también víctima de los domadores de ríos, acercaba la tonada de Alberdi a su paso por el centro y se contagiaba con su lenguaje antes de derramarlo en San Vicente.

Los "escuchadores" de radio elejimos las voces que queremos escuchar por la sustancia de su mensaje y por el modo en que nos representan. La jota cordobesa, el ritmo marea y algunos valsesitos entraron a nuestros hogares de la mano de "el chango" o "el cabeza". Un linotipista de La voz relató su experiencia esquivándole al saturnismo. La hija del creador de la Chinchibira nos hizo conocer la historia del brebaje y su pasión por las motos. Desgranamos vivencias con trabajadores de La Oriental, hijos de "motorman" y acomodadores de cine. Conocimos o revivimos aquellos sonidos y logros de la mano de Silvia Robles y el acertado tiempo que Radio Nacional Córdoba dedicó a la nostalgia. Después vino el silencio, los duendes comechingones plegaron sus alas y se refugiaron en los recodos de El Abrojal, detrás de los Hornos Combe o los monumentales panteones del cementerio San Jerónimo, a la espera de alguien que los invocara. Los iniciados en el aquelarre mediterráneo quedamos huérfanos y sordos a otros rumores distintos a los de nuestros huesos.

Oscurantismo significa oposición a que se difunda la cultura y educación entre las clases populares y ocultamiento de la información. Definición precisa e inobjetable del acto de acallar aquel espacio radial que nos identificaba y nutría.

El tiempo transcurrido hasta estas reflexiones, medido en años, no ha sido demasiado, pero del modo en que lo ponderamos los aborígenes de este suelo: ha sido largo y aletargado. La nieve oculta las pasturas pero no las destruye y la primavera las devuelve lozanas, renovadas y listas para prodigar vida. Así califico la voluntad de la actual dirección de Radio Nacional Córdoba: un sol tibio y pródigo de virtudes, que respeta a su audiencia ansiosa de valores que la identifiquen con sus raíces y nos devuelve un lugar donde poder expresarnos de manera espontánea, libre y creativa; así, como somos NOSOTROS LOS CORDOBESES.

Bienvenida al éter Silvia. Emocionadas expresiones de agradecimiento a la dirección de Radio Nacional Córdoba. Descorhemos burbujas! Encendamos luces artificiales de colores brillantes! Celebremos el regreso! Permitan que sea el tamborillero que anuncie la buena nueva.

9 de marzo de 2010

Desilución celeste

Aquel tramo adoquinado, surcado por rieles, de altos cordones de piedra y adornado por naranjos fue el universo de los años de mi infancia. Los tranvías primero y "las loras" después, sin ninguna prisa, respetaban el tiempo de los niños disfrutando de la calle.

En algún momento otros ruidos de combustión terminaron con aquellos bucólicos días y la calle ya no fue la misma. Rugientes monstruos amarillos numerados 160, 161 y 162, despertaban en Saldán y descargaban su furia sobre nuestro espacio, Mercedes Benz azules con un prolijo 126 pintado sobre un cartón habían reemplazado el cansino traquetear del tranvía 1 y humeantes orugas verdes sobre gris con el número 131 en sus parabrisas se adueñaron de aquel pequeño mundo.

Los niños de la calle Humberto 1° habíamos perdido el patio comunitario que nos ofrecieron hasta entonces las duras piedras, la generosa sombra cítrica, y la gentileza de los "motorman". Entonces, en un ejemplar esfuerzo de adaptación, buscamos otros lugares. El baldío de la esquina con Pedro Zanni no tenía suficiente espacio y, además, el vendedor de diarios se molestaba porque nuestra algarabía opacaba su voceo: -Laaa Voooz!, Los Priiincipios!, Cóoordoba diaaario!. La plaza frente al cementerio San Jerónimo era tan desolada, triste y peligrosa como lo es actualmente.

-Vamo al clú Belgrano. Dijo uno.
-Mi viejo e'socio. Dijo otro.

Así conocí el reducto celeste sobre la distante y desconocida calle Arturo Orgaz: caminando tres cuadras descalzo sobre baldozas y rieles calientes por el sol de enero, ansioso por recuperar mi tiempo de recreación. Las puertas abiertas de la sede y el ingreso a la misma me produjeron una sensación nueva. Los trofeos obtenidos por proezas ignoradas y el olor de los estaños impregnados marcaron mi iniciación.

El grupo de infantes se volcó hacia el escaso verde de la "cancha'e fulbo" donde les permitieron retozar e imaginarse recibiendo ovaciones. Mi precaria intuición me llevó a seguir los ruidos sincopados que provenían de la calle lateral. Era la cancha de frontón, que en rigor de verdad era un trinquete. Cuatro personas corrían tras una pequeña pelota negra, casi invisible para mis asombrados ojos, haciéndola rebotar contra una inmensa pared. Eran adultos conocidos, uno de ellos mi casi inmediato vecino: don Ranzuglia, carpintero de oficio, osco, duro en su exterior y trato, padre de varios hijos y esposo de una dulce mujer, noble y bueno más allá de lo convencional cuando permitía acercarse.

El regreso a casa reflejó la ansiedad que despertaron tantos descubrimientos. Con las "patas sucias" y antes del ritual del almuerzo encaré a mi padre: -Pá quiero jugar al frontón en Belgrano. Haciendo sumas y restas en el aire, me alentó: -Preguntá cuanto cuesta. Unos días después, privándose de cigarrillos y novelas de Marcial Lafuente Estefania, me inscribió como socio del Gigante de Alberdi.

Las mañanas de aquel verano y las siestas del invierno inminente me encontraron imitando a aquellos gladiadores de paleta en mano, jugando a las tres paredes, buscando la reja o corriendo solitario detrás del pequeño objetivo de goma negra. Una tarde el vecino llegó antes que sus compañeros y se unió a mi batalla, me acompañó golpeando la pelota y me otorgó algunos sabios consejos. -Le pegás bien pibe, querés jugar conmigo? Me preguntó. Desde ese momento fuimos compañeros de juego. Sumando derrotas a las parejas contrarias, conocí su esencia sensible y le esperaba ansioso sentado en el cordón de la vereda.

Unos pocos años pasaron hasta que la pasión fulbolística le ganó a la cordura. La dirigencia del club Belgrano decidió demoler la cancha de frontón para construir una tribuna. Recuperaron el gasto vendiendo más entradas a los iracundos hinchas que asolaban las calles aledañas pero perdieron el objetivo de ser cobijo de los niños de la zona. Para seguir practicando aquel deporte me ví en la obligación de asociarme al club Instituto de Alta Córdoba. Perdí al compañero y no pude adaptarme a la impronta de aquel barrio lejano. Me quedé sin mi cancha, sin mi amigo mayor y sin la ilusión de la contención del barrio. Hoy club Belgrano y fútbol son palabras que pronuncio a desgano.-

22 de febrero de 2010

Entre otros negros

Desde la pared vacía de otras decoraciones, el reloj se apropiaba de nuestros tiempos. Los plazos se habían cumplido y lo que hasta ese momento eran proyectos tomaron una vigencia para la que no estábamos preparados.

Abrigados como correspondía para nuestro mes de Julio tocamos tierra extranjera por primera vez. Panamá fue gentil en su recepción pero su clima estival no hizo distingos entre propios y ajenos. El brusco paso de -2°C a 40°C fue el momento más oportuno para expresar -que calorón!.

Pocos minutos trascurrieron hasta abordar el vuelo que nos depositaría en Santo Domingo, capital de República Dominicana, una ciudad cosmopolita como no imaginaba, duplica en población a nuestra Córdoba. Su preocupación por su historia, orígenes y tradiciones debería ser imitada por los responsables de nuestro patrimonio cultural.

Desde un balcón mirábamos, casi en éxtasis, aquel océano celeste, profundo y poco amigable de esta ciudad. Nuestros ojos no tienen recuerdos de mar, sólo habían visto el agua marrón corriendo presurosa debajo del puente Tablada, donde otrora retozábamos entre toscas y sauces. -Qué lo parió! fue lo único que atinó a decir mi compadre. El asombro inicial quedó opacado por las visitas al centro histórico: la casa de Colón, la calle de Las Damas, la avenida del Conde. Caminar sobre las mismas piedras que pisaron los colonizadores produce emociones encontradas pero siempre admiración. -Que cacho de bulo tenía el Colón! expresó mi compañero mientras nos cambiaban los precios de Pesos dominicanos a dólares, pero que importa pagar 6 dólares una botella de agua de cuarto de litro a cambio de la cultura adquirida. -Nos vamo a cagá'e sé! fue el último comentario de mi adlátere.

Después de cruzar el país de sur a norte llegamos a la primera playa del itinerario: Puerto Plata y al descubrimiento del esplendor del Caribe y de los hoteles "all inclusive". Recepción con tragos, traslados en vehículos eléctricos y sonrisas de los bellos taínos fueron en adelante una constante.
-Acá no te cobran lo que chupai? Podémo pedí sangría, fernandos o totín a cualquier hora? preguntó mi sediento camarada. La respuesta afirmativa lo lanzó a la pileta, nadó estilo perro unos diez metros raspando la barriga en el fondo hasta llegar a la barra, se acomodó en un asiento donde el agua le cubría poco más que la parte donde la espalda cambia de nombre y comenzó su tiempo de escanciar. Con más recato mi esposa me arrastró rumbo a la playa con la promesa de ver los "top less".

Un mediodía, después de una larga caminata por las blancas y suaves arenas, disfrutando del cálido, apacible y trasparente mar, mi amigo preguntó -por qué no hay de esto en La Calera? No le respondí porque ansioso nos esperaba el chofer que nos llevaría con destino a La Romana y, luego de algunos días, a Punta Cana.

No tomamos conciencia del estilo de vida gentil que dejábamos atrás hasta que abordamos el taxi que nos devolvería a nuestros hogares. -Son ciento cincuenta por adelantado! dijo el trabajador del volante, sucio, maloliente, desaliñado, malhumorado y descargando frustraciones en el acelerador o el freno del vehículo. -Ché guaso, acá no saben trata’a los turistas! le comentó mi amigo. La respuesta del taxista la dejo a vuestra imaginación.

5 de febrero de 2010

5 de febrero de 2010

Otro espíritu refinado como el tuyo nos abandonó un día de tu cumpleaños: Violeta Parra. De su obra tomo algunas palabras para decirte que tu recuerdo "es como un diamante fino que alumbra mi alma serena"
Te quiero viejo.-