28 de julio de 2010

Memorias de bicicleta.

Poco tiempo atrás adquirí una bicicleta. No fue para mostrarme snob ni adolescente tardío, simplemente seguí el consejo médico como solución al sedentarismo y los calendarios.
El primer problema a superar fue el presupuestario. Nunca hube imaginado la variación de precios entre la infinidad de modelos y accesorios ofrecidos. El segundo fue el aprendizaje de la operación de dos pequeñas manijas que realizan la combinación entre multiples coronas y piñones que optimizan la marcha.
Ya con la máquina en casa no pude sustraerme a los recuerdos, una pequeña bicicleta con tutores marcó mi inicio sobre ruedas. Una rodado 20 me acompañó hasta el comienzo de la adolescencia y fue la fiel compañera de todas las travesuras de la infancia. Luego una de media carrera, del rodado 28, acompañó los días de la pubertad. Todas de segunda mano.
Antes de usar los pantalones largos, ya había pedaleado sobre cada adoquín de Alberdi, cada calle del Barrio Marechal y los recodos del cementerio. Descubrí las "casas lindas" de Alto Alberdi y me sorprendí con la usina del otro lado del río.
Los sábados eran días de aventura. Con tres o cuatro amigos, con el tiempo de la mañana, sin el permiso de mis padres y con una bolsa tejida en hilos de plástico colgando del manubrio con una botella de agua y algunos caramelos, me disponía con esa compañía a descubrir la Córdoba oculta e inaccesible de fines de la primaria.
En una ocasión llegué hasta el final de la Avenida Colón, cuando esta parte de la ciudad terminaba en la calle Zípoli, de tierra y apenas dibujada sobre el descampado. Por instinto giré a mi derecha, para aprovechar el declive hacia el río. Al final de la corta carrera el curso de agua me detuvo para mostrarme la estrecha pasarela que acortaba distancias entre sus márgenes y la represa que embalsaba las tranquilas aguas del Suquía en aquel lugar. Del otro lado bellas casonas miraban el transcurrir del agua y sus habitantes disfrutaban del pequeño lago. La calle que acompañaba el devenir del humedal era casi intransitable pero tenía un nombre romántico: Avenida del panal.
Hoy tengo otra bicicleta que no me sorprende pero alivia cuitas, la pasarela y la represa apenas son visibles, la Avenida Colón se proyecta infinita, las márgenes del río son basurales y la calle simplemente es llamada Costanera.