17 de julio de 2013

Maderas y fantasmas

El personaje que hoy recuerdo tenía su taller muy cerca de la casa de mis padres, en una de las esquinas de la calle San Luis que intersecta con la calle Mariano Moreno, varios de mis compañeros de colegio tenían su hogar cerca. Por aquellos tiempos no había pavimento ni "macadán" como se denominaba a la cobertura de asfalto negro, las calles mantenían intacta la tierra que luego fue sepultada, las veredas eran altas con escalones para bajar y totalmente arboladas.
Su casa ya era antigua en mi pubertad, perpendicular a la calle y con una galería que protegía la línea de habitaciones, un cerco de alambre la separaba del baldío que cuadraba la esquina y en una dependencia anterior al "chorizo" él tenia sus herramientas: gubias, formones, martillos, prensas, sierras, tupíes manuales, escofines y tantas otras herramientas de carpintero impregnadas con las fragancias nobles. No era solo un artesano de las maderas, era un ebanista. Las familias más acomodadas le encargaban la construcción de sus muebles por la calidad y exclusividad de sus trabajos a pesar de su humilde presencia y lugar de trabajo.
Sus clientes debían ser tolerantes con los plazos de entrega ya que el artista alternaba su trabajo dictando clases en la "Escuela del Trabajo" y sus propios fantasmas. Tuve la oportunidad de verlo tallar bellas figuras en madera y abandonarlas en el aserrín que cubría el piso para escapar hacia las cercanas vías del ferrocarril, trepando al vagón de un tren cuyo destino desconocía. Algún tiempo después, que no puedo medir, saltaba de otro convoy, caminaba unas pocas cuadras y retomaba su trabajo como si nunca lo hubiera abandonado.
Hablaba poco y discutía con su anciana madre a viva voz pero era amable con los niños. Con la curiosidad propia de adolescente me atreví a preguntarle la causa de sus ausencias y me respondió: "Porque escuché el canto de EL Caburé!"

6 de enero de 2013

Noche de Reyes

Las mañanas de verano siempre eran agradables, quizás por el desenfado de guardapolvos, horarios y tareas. Con enero decaía la euforia de cañitas voladores, estrellitas, pan dulce y sidra para los mayores pero nuestros pequeños corazones albergaban la ilusión de la llegada de los reyes magos. Sin concepción religiosa los imaginábamos tal cual su nombre: magos, capaces de recorrer el mundo durante un suspiro para dar alegría a los niños de todo el mundo. En un tiempo tan imperceptible como un leve parpadeo, sus camellos consumían el agua de un balde y otro de gramilla, que habíamos juntado casi de noche para que estuviera fresca, dejaban  prolijamente acomodados paquetes envueltos en papel de almacén, de aquel en que el almacenero envolvía el azúcar que nos mandaban a comprar cada día. Y se retiraban, nunca los vimos hasta que fuimos padres y ahora, como abuelos, casi volvemos a la primera ilusión.