2 de mayo de 2010

Historieta o historia?

Un mueble, que dividió un ambiente, me otorgó la discutible privacidad de un lugar donde canalizar algunas vocaciones: rayar con carbonilla un lienzo limpio, consumir óleos buscando un color que nunca encontraré o gastar las letras impresas en el teclado del PC tratando de plasmar recuerdos.

Intentaba acentuar la letra "a" con una combinación de teclas "alt" más un número cabalístico pero solo obtenía símbolos con apariencia de pitufos antes que letras de nuestro alfabeto. Decidí recurrir al pozo de sabiduría oculto tras una prolija puerta del trasto donde hace mucho tiempo hube guardado libros, manuales de instrucciones de uso de aparatos que ya no tengo, certificados de garantía de máquinas que no recuerdo haber usado, apuntes anillados por el quiosquero de "acá a la vuelta" y una parte de mi vida.

La batiente cedió gentilmente y dejó escapar el aroma de páginas amarillentas y tapas ajadas por el uso y el tiempo de guarda. En una primera mirada no pude encontrar el lomo que identificaba aquel viejo compendio que me inició en las computadoras personales a mediados de los '80 cuando el barrio natal comenzó a ser nostalgia. Cada ejemplar que bajaba de los estantes demoraba la búsqueda por la obligada retrospectiva que hacía de cada uno de ellos. Clásicos, novelas épicas, relatos de aventuras, ensayos y cuentos se apilaron sobre un escritorio antes colmado de objetos cotidianos.

Una hoja doblada en cuatro pliegues y custodiada por dos tomos de otra temática, detuvo la ansiosa búsqueda. Era una página de una revista de historietas con una historia trunca de principio y fin de Rip Kirby que no pude discernir por cuál razón había guardado. Revisé los atinados diálogos que mantenía con Desmond, su mayordomo, mientras acomodaba su pipa con la mano libre que el manejo de su convertible le permitía. La incógnita persistió pero trasladó mi evocación a las largas siestas de obligado encierro sin otra compañía que la radio a válvulas y las revistas. - A esta hora la gente descansa y no se puede andar chivateando por la calle. Había sentenciado mi madre con su habitual severidad.

Los estantes permanecían quietos pero parecían expulsar páginas abrochadas de viejas revistas leídas con avidez durante la infancia. Como un alud, dibujos y textos encerrados en globos hicieron presentes relatos olvidados:
- Big Ben Bolt, un boxeador retirado joven y devenido en detective.
- Los amores de Julieta, una joven mujer en la ambiguedad de la independencia o el matrimonio.
- El cabo Savino, super héroe de las pampas que tantas veces esquivó el "cortando pecuecho" de los caciques del sur de la provincia de Buenos Aires.
- Cuentos de Almejas, un imaginado pueblo costero con más historias de amor y vivencias que la cantidad de habitantes.
- Mi novia y yo, entretenidos avatares de un escritor en la ciudad.
- El eternauta defendiendo Buenos Aires de la invasión alienígena con escaso
equipamiento.
- Paul Temple, escritor de novelas y detective amateur.
- Mandrake el mago, paladín con novia millonaria, un incondicional asistente negro de nombre Lotario y una imposible mansión llamada Xanadú.

Cuántas incognitas prometieron develarse con la nueva edición de las revistas El Tony, D'Artagnan, Intervalo, y otras en formato económico como El rayo rojo, Misterix, el Agente X9 y el propio Eternauta. En aquellos días la historieta era un género menor, más bien bastardo, hoy es objeto de estudio y culto. Desde la perspectiva actual, el contenido de aquellas narraciones es bastante diferente de la oferta vigente. Una cuidadosa narrativa libre de improperios en personajes que nunca cayeron en violencia inutil y un trasfondo de moraleja en cada aventura dejaron en nosotros, los viejos lectores, la sensación de una sociedad más educada, respetuosa de los valores, los buenos modales y la tolerancia. Y por qué no asumirlo: contribuyeron en nuestra formación.

Hay un capítulo aparte que prometo desarrollar, o desempolvar desde la madeja de neuronas: las revistas a color de las editoriales SEA y ER.