El sol se deslizaba ociosamente hacia el horizonte buscando comarcas desconocidas donde descargar su furia canicular. Como una pupila ardiente miraba, desde su perspectiva, los techos y calles que pocas horas más tarde volvería a calcinar. Era el momento de canjear la libertad del crepúsculo por el salario de la telefónica nacional.
Poco más que adolescente, con planes de cambiar el mundo oliendo a Old Spice y con los últimos acordes de un tema de Agustín Pereyra Lucena, partía con rumbo a la calle Alvear donde ponía en contacto a personas con afectos distantes en tiempos cuando no existía el telediscado.
Apenas cumplida la primera hora del día siguiente, dejaba auriculares y tableros para ganar las vacías calles cordobesas con colectivos que habían cesado sus azarozos horarios a medianoche. Eran tiempos de gobiernos con poca simpatía hacia los jóvenes, al fin y al cabo el Cordobazo aún estaba fresco en su filosofía vertical, elitista y represora.
Algunas madrugadas, con unas monedas sobrantes en los bolsillos, las estiraba con un café y charlas interminables con compañeros de trabajo o facultad. Pocos bares céntricos permanecían abiertos en esos horarios, uno de ellos: el Bar Gente en la esquina de Av. Colón y Jujuy. Luego, como siempre, el retorno caminando hasta el altillo de la casa desde donde imaginaba el mundo más allá de los cipreses del Cementerio San Jerónimo.
El esfuerzo de la distancias recorridas lo compensaba la vitalidad de la juventud que se manifestaba en acné, erecciones nocturnas y mal humor. El temor no tenía atenuantes cuando escuchaba los motores acelerados de los Falcon verde dejando huellas de neumáticos quemados sobre las calles cercanas a mi andar. Militares y policías no hacían diferencia a la hora de presentar el D.N.I., si el humor o el rumor les dictaba, cualquier cordobés tenía su último paseo en alguno de estos vehículos aunque no hubiese sido un "zurdo paqueto", que al llegar a su reducto mitigaba el calor remanente de aquel verano con mucho hielo diluído en Johnnie Walker.
Poco más que adolescente, con planes de cambiar el mundo oliendo a Old Spice y con los últimos acordes de un tema de Agustín Pereyra Lucena, partía con rumbo a la calle Alvear donde ponía en contacto a personas con afectos distantes en tiempos cuando no existía el telediscado.
Apenas cumplida la primera hora del día siguiente, dejaba auriculares y tableros para ganar las vacías calles cordobesas con colectivos que habían cesado sus azarozos horarios a medianoche. Eran tiempos de gobiernos con poca simpatía hacia los jóvenes, al fin y al cabo el Cordobazo aún estaba fresco en su filosofía vertical, elitista y represora.
Algunas madrugadas, con unas monedas sobrantes en los bolsillos, las estiraba con un café y charlas interminables con compañeros de trabajo o facultad. Pocos bares céntricos permanecían abiertos en esos horarios, uno de ellos: el Bar Gente en la esquina de Av. Colón y Jujuy. Luego, como siempre, el retorno caminando hasta el altillo de la casa desde donde imaginaba el mundo más allá de los cipreses del Cementerio San Jerónimo.
El esfuerzo de la distancias recorridas lo compensaba la vitalidad de la juventud que se manifestaba en acné, erecciones nocturnas y mal humor. El temor no tenía atenuantes cuando escuchaba los motores acelerados de los Falcon verde dejando huellas de neumáticos quemados sobre las calles cercanas a mi andar. Militares y policías no hacían diferencia a la hora de presentar el D.N.I., si el humor o el rumor les dictaba, cualquier cordobés tenía su último paseo en alguno de estos vehículos aunque no hubiese sido un "zurdo paqueto", que al llegar a su reducto mitigaba el calor remanente de aquel verano con mucho hielo diluído en Johnnie Walker.
1 comentario:
qué lindo que escribís!
Soy Vanina (y también tengo un blog, pero sólo como hobbie). No soy escritora jajajaa!
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