Caminé hasta el parque cercano buscando terminar el día con un
horizonte vegetal. La baja temperatura me invitaba a volver antes de
completar la vuelta pero decidí seguir adelante. Casi vacío de personas y
verdor, a esa hora el lugar era poco más que un páramo. Sin motivación
miré los árboles carentes de hojas y a través de ellos el cielo plomizo,
amenazante de frío y conjuros invernales.
Comprendí la tristeza de los augustos troncos que, despojados de
follaje, son esqueletos de las esbeltas siluetas que fueron en tiempos
cálidos, ya no los buscan para cobijarse bajo su fronda. Me aparté de la
senda para contemplarlos y reflexionar. Sus perfiles vacíos de
maquillaje me recordaron bellas mujeres desnudas, deseosas de caricias.
Dejé reposar mi mano en uno de ellos y luego continué en mi propia
búsqueda.