Con
menos prisa que hace pocos días, el sol de fines de agosto parece
aferrarse a los perfiles de la serranía cercana, pero finalmente se
aleja con la promesa de quedarse cuanto más pueda en los atardeceres
próximos.
Los árboles desnudos comienzan a cubrir su pudor con
incipiente verdor. Sus pequeños pezones son ignorados por los caminantes
pero yo los veo y no me atrevo a tocar sus troncos como lo hice en el
invierno, respeto su tiempo de adolescencia verde que pronto dará a mis
ojos otoñales la frescura de rejuvenecer.