Caminaba, más que por placer, por la obligación de mover los huesos. No me gustan los circuitos ni la obligación de seguir a otros por los estrechos senderos del Parque de las Naciones. Hoy elegí la natural pendiente hacia el Puente Tablada, debajo de cuya sombra derroché tanta energía detrás de una pelota de trapo, donde el agua que evita me refrescó tantas veces y su fondo barroso lastimó mis pies. El resto de la caminata fue para recordar las ventanas y puertas de personas conocidas, hoy ausentes y perdida su gentil vecindad, hasta llegar casi sin justificación a la casa natal.
No pude sustraerme al tiempo vivido en aquellas veredas y el escaso cesped de la plaza del Cementerio, correteos en la infancia y temerosas llegadas nocturnas en la adolescencia de los '70 cuando prodigaba bohemia y deseos de democracia. Me detuve en la esquina, añoré los terrenos baldíos, los ideales de estudiante y me recriminé por no tener ahora la misma fuerza para combatir la actual pérdida de derechos y libertad de expresión. Quizás aquella batalla hubo sido más fácil.
1 comentario:
Al parecer hemos recorrido las mismas veredas y dejamos morir los mismos sueños.
Ese sauce, cuyas lagrimas verdes asoman en la foto, fue plantado por mi, en el mes de marzo de 1992 en el 2° cumpleaños de mi hijo.
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