Desde la pared vacía de otras decoraciones, el reloj se apropiaba de nuestros tiempos. Los plazos se habían cumplido y lo que hasta ese momento eran proyectos tomaron una vigencia para la que no estábamos preparados.
Abrigados como correspondía para nuestro mes de Julio tocamos tierra extranjera por primera vez. Panamá fue gentil en su recepción pero su clima estival no hizo distingos entre propios y ajenos. El brusco paso de -2°C a 40°C fue el momento más oportuno para expresar -que calorón!.
Pocos minutos trascurrieron hasta abordar el vuelo que nos depositaría en Santo Domingo, capital de República Dominicana, una ciudad cosmopolita como no imaginaba, duplica en población a nuestra Córdoba. Su preocupación por su historia, orígenes y tradiciones debería ser imitada por los responsables de nuestro patrimonio cultural.
Desde un balcón mirábamos, casi en éxtasis, aquel océano celeste, profundo y poco amigable de esta ciudad. Nuestros ojos no tienen recuerdos de mar, sólo habían visto el agua marrón corriendo presurosa debajo del puente Tablada, donde otrora retozábamos entre toscas y sauces. -Qué lo parió! fue lo único que atinó a decir mi compadre. El asombro inicial quedó opacado por las visitas al centro histórico: la casa de Colón, la calle de Las Damas, la avenida del Conde. Caminar sobre las mismas piedras que pisaron los colonizadores produce emociones encontradas pero siempre admiración. -Que cacho de bulo tenía el Colón! expresó mi compañero mientras nos cambiaban los precios de Pesos dominicanos a dólares, pero que importa pagar 6 dólares una botella de agua de cuarto de litro a cambio de la cultura adquirida. -Nos vamo a cagá'e sé! fue el último comentario de mi adlátere.
Después de cruzar el país de sur a norte llegamos a la primera playa del itinerario: Puerto Plata y al descubrimiento del esplendor del Caribe y de los hoteles "all inclusive". Recepción con tragos, traslados en vehículos eléctricos y sonrisas de los bellos taínos fueron en adelante una constante.
Abrigados como correspondía para nuestro mes de Julio tocamos tierra extranjera por primera vez. Panamá fue gentil en su recepción pero su clima estival no hizo distingos entre propios y ajenos. El brusco paso de -2°C a 40°C fue el momento más oportuno para expresar -que calorón!.
Pocos minutos trascurrieron hasta abordar el vuelo que nos depositaría en Santo Domingo, capital de República Dominicana, una ciudad cosmopolita como no imaginaba, duplica en población a nuestra Córdoba. Su preocupación por su historia, orígenes y tradiciones debería ser imitada por los responsables de nuestro patrimonio cultural.
Desde un balcón mirábamos, casi en éxtasis, aquel océano celeste, profundo y poco amigable de esta ciudad. Nuestros ojos no tienen recuerdos de mar, sólo habían visto el agua marrón corriendo presurosa debajo del puente Tablada, donde otrora retozábamos entre toscas y sauces. -Qué lo parió! fue lo único que atinó a decir mi compadre. El asombro inicial quedó opacado por las visitas al centro histórico: la casa de Colón, la calle de Las Damas, la avenida del Conde. Caminar sobre las mismas piedras que pisaron los colonizadores produce emociones encontradas pero siempre admiración. -Que cacho de bulo tenía el Colón! expresó mi compañero mientras nos cambiaban los precios de Pesos dominicanos a dólares, pero que importa pagar 6 dólares una botella de agua de cuarto de litro a cambio de la cultura adquirida. -Nos vamo a cagá'e sé! fue el último comentario de mi adlátere.
Después de cruzar el país de sur a norte llegamos a la primera playa del itinerario: Puerto Plata y al descubrimiento del esplendor del Caribe y de los hoteles "all inclusive". Recepción con tragos, traslados en vehículos eléctricos y sonrisas de los bellos taínos fueron en adelante una constante.
-Acá no te cobran lo que chupai? Podémo pedí sangría, fernandos o totín a cualquier hora? preguntó mi sediento camarada. La respuesta afirmativa lo lanzó a la pileta, nadó estilo perro unos diez metros raspando la barriga en el fondo hasta llegar a la barra, se acomodó en un asiento donde el agua le cubría poco más que la parte donde la espalda cambia de nombre y comenzó su tiempo de escanciar. Con más recato mi esposa me arrastró rumbo a la playa con la promesa de ver los "top less".
Un mediodía, después de una larga caminata por las blancas y suaves arenas, disfrutando del cálido, apacible y trasparente mar, mi amigo preguntó -por qué no hay de esto en La Calera? No le respondí porque ansioso nos esperaba el chofer que nos llevaría con destino a La Romana y, luego de algunos días, a Punta Cana.
No tomamos conciencia del estilo de vida gentil que dejábamos atrás hasta que abordamos el taxi que nos devolvería a nuestros hogares. -Son ciento cincuenta por adelantado! dijo el trabajador del volante, sucio, maloliente, desaliñado, malhumorado y descargando frustraciones en el acelerador o el freno del vehículo. -Ché guaso, acá no saben trata’a los turistas! le comentó mi amigo. La respuesta del taxista la dejo a vuestra imaginación.
Un mediodía, después de una larga caminata por las blancas y suaves arenas, disfrutando del cálido, apacible y trasparente mar, mi amigo preguntó -por qué no hay de esto en La Calera? No le respondí porque ansioso nos esperaba el chofer que nos llevaría con destino a La Romana y, luego de algunos días, a Punta Cana.
No tomamos conciencia del estilo de vida gentil que dejábamos atrás hasta que abordamos el taxi que nos devolvería a nuestros hogares. -Son ciento cincuenta por adelantado! dijo el trabajador del volante, sucio, maloliente, desaliñado, malhumorado y descargando frustraciones en el acelerador o el freno del vehículo. -Ché guaso, acá no saben trata’a los turistas! le comentó mi amigo. La respuesta del taxista la dejo a vuestra imaginación.
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