A veces me contaba de su vida en el campo, de la recolección manual del maíz, los trabajos de mantenimiento en el galpón y algunas travesuras de adolescente. Tenía pocas fotos de esos tiempos, una con pantalones cortos pisando la pelota en una cancha de fútbol y otra con traje de botamangas anchas delante de un mástil, coloreada a mano. No se aferraba al pasado y lo recuerdo con optimista resignación a las privaciones que lo sometió la vida. De su paso terrenal no dejó bienes pero fué generoso en amor, gentileza y ejemplar conducta hacia todos los que tuvo cerca. Su mayor legado fue el inmenso vacío que nos quedó con su ausencia de austeridad y cariño desinteresado, su única ambición fue tener un caballo. Por sus relatos aprendí que algunos se sometían a los pequeños besos de sal en la mano y otros a los sabores dulces pero nunca a la violencia. Su sueño se hizo mío y realidad durante un corto tiempo cuando a fuerza de cariño y paciencia logré la confianza de un bello semental que me permitió encerrarlo cada día y curarle profundas heridas entre las patas traseras. Nadie lo había tocado antes, solo la filosofía de mi padre, él hubiera disfrutado de aquellos momentos.
Feliz día del padre, viejo querido!
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