16 de mayo de 2006

Conversaciones


Solíamos tener animadas conversaciones sobre temas que no son de tratamiento común entre personas abocadas a la subsistencia diaria. Pocos dedican tiempo al Art-Decó, al arte implícito en el cine mudo, a la música Celta, o al Super-Agente 86.

A contrapelo de la realidad no incursionábamos en la facilidad escapista de "el fúlbo", "el rraaalí" o cualquier otra masificación distorsionadora que nos sacara del foco de la realidad. Estábamos en otra cosa.

En una ocasión me preguntaron cuál era una de mis aspiraciones. Sin dudar afirmé que me gustaría escribir. En realidad siempre escribí sobre mis vivencias, pero mi respuesta llevaba implícito el anhelo de hacerlo con la linealidad y claridad que había percibido en otros.

Conocí a Borges por casualidad y a Salzano por obligación. El primero me deslumbró por la soltura de sus relatos que me ofrecían un rápido viaje hasta un final con sentido o hacia la nada. El otro apareció un día con pergaminos europeos apropiándose de mis vivencias, relatando mis emociones antes de que pudiera plasmarlas con la Lexicon 80.

El tiempo no me otorgó venganza. Uno me grita desde los estantes que jamás lo lograré. El otro sigue caminando una cuadra adelante mío, y sé que cuando nadie los está viendo, él y su soplón se ríen de mí por sus fechorías. El preguntón inicial ya no me interroga, parece que no estaba preparado para las respuestas sinceras o no había visto todos los capítulos de Maxwell Smart.

Si bien no soy de guardar rencores, al que no perdono es a Salzano. No solamente me robaba las ideas; tenía la picardía de condimentarlas cambiando los lugares. A la esquina de Humberto 1° y Enfermera Clermont la refería como barrio inglés, al puente Tablada le decía puente Sarmiento, al cine Moderno lo cambiaba por Gran Rex.

Lo peor que me hizo fue aquello del Bar Unión, ni siquiera le cambió el nombre: ya no le quedaba imaginación y comenzaba a plagiarme descaradamente.

La verdad de aquel asunto es que por esos años trabajaba de noche en la calle Alvear al 66 en una empresa de comunicaciones estatal que ahora es de una multinacional. En la pausa para el descanso cruzaba la calle para entrar al comedor Don Pipo por un cuarto de blanco y soda, medio bife de chorizo con ensalada de achicoria, y a veces un provolone a la parrilla con orégano. Los días de pago en la esquina de Alvear y 25 de Mayo: ranas a la provenzal. Había cambiado la casa natal de Alberdi por un "bulo" en boulevard "uilrai" entre Rosario de Santa Fe y 25 de Mayo.

Algunas veces, a la salida del trabajo estirábamos la jornada, con otros trasnochados, en los bares de la zona. Pedíamos café, no conocíamos el "ferné con coca" y no nos alcanzaba para el "uisqui". Por aquellos tiempos pocos negocios permanecían abiertos después de las 22:00 hs. No era fácil ser bohemio con el proceso de reorganización nacional, pero sin faltar a la cita siempre alumbraban las Osram de 40 W en aquel garaje de la 25 de Mayo a pocos metros de la calle Alvear doblando a la derecha viniendo desde Rosario de Santa Fe.

Desde afuera sólo se percibían las cortinas con cuadros rojos y blancos, cubriendo la mitad inferior de la ventana, ocultando parcialmente el clima interior de falsa oscuridad y el cabello, o la calva de quien estaba sentado en la única mesa ubicada contra la ventana. Desde adentro: la actitud cansada de una mujer teñida de rubia detrás de la barra; una barra demasiado pretenciosa para la capacidad del garaje.

Había en el aire una historia que nadie confirmaba ni desmentía; al fin y al cabo nuestros problemas eran otros y nuestra misión era otro cantar porque "el cantar tiene sentido, entendimiento y razón". No podíamos ocuparnos de las prostitutas.

¿Cómo fue que no vimos a la abandonada por el tipo duro de ojos azules mientras perdíamos el tiempo analizando la absurda muerte de Claudio Ludueña? ¿Habrá sido porque no había lugar para la métrica de la poesía en nuestros clandestinos corazones juveniles? No, la causa es que Salzano cambió mi historia, le puso luces de neón y "cabaítos blancos" y una vez más se anticipó a mis reflejos mecanográficos. Y él tampoco hizo ningún levante en el Bar Unión.

Como ya no duda en robarme todo lo que escribo, seguramente pronto publicará que salía a caminar por El Coniferal bajo las lloviznas de agosto de los setenta, que conversaba con la niebla de las madrugadas en el Parque Sarmiento rumiando la soledad del despecho, que buscaba una puta en quien descargar la tetosterona y la bronca, o que no sabía cómo canalizar tanta juventud.

Y ya me harté de escribir en impersonal y te digo de frente, Salzano: ¡vos no sos dueño de nada de lo que escribís ! Me copias a mí y a todos los cordobeses que guardamos algo de memoria, y si querés te lo demuestro porque todo lo tengo guardado en la PC, esperá,… no, … ayer “formatié” el disco y perdí todo. Windows es testigo.

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