10 de marzo de 2007

Una mañana de octubre

Eran los primeros días de octubre, la primavera se mostraba joven y exhuberante en su milagro de renovación. Un hombre caminaba rumbo a su casa, no había querido utilizar el nuevo servicio de colectivos.

La noche anterior disfrutó de aquel cielo único del décimo mes, negro, profundo, limpio, decorado con caprichosas figuras dibujadas por el contrastante brillo de las estrellas. Como otras veces, su imaginación forjó imágenes alrededor de un astro con destellos intermitentes, comenzaba desde ese punto en el cual creaba un ojo que le enviaba guiños celestiales y luego uniendo otros resplandores, y según su ánimo, concluía su obra. El inmenso pizarrón cósmico albergaba niños corriendo, un viejo tomando mate, un gorrión en vuelo. Su astronomía de barrio no contenía Osas pero su religiosidad siempre respetaba el espacio de la Cruz del Sur.

Las flores amarillas de las tipas de La Cañada ni el desordenado esplendor vegetal de la Plaza Colón pudieron captar su atención. En inmediaciones del Almacén Victoria tomó conciencia del largo trayecto desandado, casi ausente y ajeno a sus propios pasos. Faltaban unas pocas cuadras para llegar al hogar.

Miró sus pies enfundados en rústicos zapatos de trabajo, empolvados y con las marcas que le imprimieron algunos objetos que; casi con furia; había golpeado durante su larga caminata. Miró sus pies tratando de descifrar el significado de las palabras "rentabilidad", "deficit", "presupuesto".

Sin respuestas retomó el andar. Ya casi era el mediodía de aquel 8 de octubre de 1962 y aún no comprendía la razón del discurso que el Interventor Federal de la Provincia, Rogelio Nores Martínez, había pronunciado para justificar la desaparición de los tranvías de Córdoba y convertirlo en ex "motorman".

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