Escuchaba
los silencios del atardecer de domingo desde el reducido horizonte de
mi ventana. Ví un cielo que nunca podré pintar por efímero y por mi
falta de talento pero que quizás recuerde. La primavera anterior me
trajo un duende gracioso, agresivo, motivando su violín añejo. Me
dejó melodías que me inspiraban y se cobijó del invierno entre plumas de
colibríes que recojió del patio. El tiempo cálido lo despertó para
seguir su viaje. Su ausencia me dejó sin palabas ni colores para
describir las acuarelas de la vida.
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